Mi secreto para dejar de fumar


Caída y redención de un fumador

Quedé petrificado cuando mi amigo dijo: “Puedes caer muerto al encender tu próximo cigarrillo. Fumar es como la ruleta rusa, pues nunca sabes cuál te matará”.



Aún recuerdo la adolescencia y mis ganas de vivir a prisa máxima. Recién terminaba la secundaria
y me encontraba desempeñando un trabajo temporal, mientras esperaba mi ingreso a la
universidad.

Varios de mis amigos ya fumaban y, como es normal a esa edad, me sentí atraído por la idea de
hacerlo también. Pasé por todo lo desagradable que implica aprender a tragar humo, sin toser,
para lucir como ellos y sentirme un hombre más maduro, e impresionar a las chicas.
El hábito se instaló y se quedó. Terminé de crecer, junto a él. A todas partes me acompañaba,
pues como sabéis, es difícil dejarlo. En casa, casi todos fumaban; me refiero a mi padre, hermano y
a veces, hasta mi madre lo hacía. No había día, reunión, trabajo o simple ocio, sin tener un
cigarrillo en la boca, la mano o el bolsillo.

Me molestaba cada vez que alguien, queriendo aconsejarme, me decía lo negativo del hecho de
fumar, o cuando veía gestos de incomodidad, por parte de las personas que se encontraban cerca
de mí, cuando mi humo golpeaba su nariz. Algunas veces, cuando me preguntaron ¿Porqué no
dejas de fumar? Les respondí ¿Porqué no dejas de respirar? Ahora siento vergüenza.

Una bocanada tras otra, se fueron acumulando mis años, y cada vez me parecía más a mi padre,
quien después de despertar, encendía un cigarrillo, junto a su primera taza de café. Lo imité
también. Mi cuerpo empezó a resentirse y a darme las primeras señales de que algo estaba
haciendo mal. Flema excesiva, tos recurrente, mal aliento, palpitaciones extrañas en el pecho,
dolores en los costados, fatiga, ataques de ansiedad, insomnio, inexplicables dolores de cabeza,
fueron algunas de las cosas que comenzaron a sucederme.

Fue entonces que apareció la idea de que yo podría morir, prematuramente, si seguía fumando.
Allí surgió otra etapa: la lucha conmigo mismo, cuando era invadido por los pensamientos
antagónicos de, lo que debo hacer y, lo que quiero seguir haciendo. Luego de esto, los cigarrillos
adquirieron un sabor más amargo, porque sabía que con cada cajetilla que fumaba, me acercaba
más a la tumba. Supe lo que significa ser esclavo. Sentí mucha impotencia y rabia al reconocer
que, algo tan pequeño como un cigarrillo, podía hacer conmigo lo que le daba la gana.

El gran principio de la vida, me decía que luchara, que lo intentara, que no me entregara, cual
oveja, susceptible a ser llevada al matadero en cualquier momento. Busqué libros, videos y
consejos. Recordé las fallidas oportunidades en que intenté dejar de fumar, pero aún así, nada me
impulsaba. Vino una seguidilla de insípidas y estériles acciones.

Estando en mi oficina, en un rato desocupado, tomé lápiz y una pequeña libreta, la abrí y escribí
un título: “Frases para dejar de fumar”. Ese momento fue decisivo. Parecía que me estaban
dictando, pues ahora recuerdo que, días atrás, había pedido ayuda divina, porque la terrenal había
fallado.

“Cuando duermo no fumo, y aún así, mi cuerpo sigue adelante. Si puedo dejar de fumar por un
segundo, podré hacerlo por un minuto, una hora y un día. La esencia tiempo que existe en un
segundo, es la misma contenida en un día. Realmente no quiero dejar de fumar. Lo que de verdad
deseo es, dejar de necesitar esas sustancias, contenidas en el tabaco, que me esclavizan. ”
“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo. Después de la voluntad de Dios, lo que más poder
tiene en la tierra es, la voluntad del hombre”. Estos dos últimos pensamientos fueron los que me
ayudaron a vencer. Ahora sabéis mi secreto.

Una de mis alumnas me contagió un resfriado. Toda mi vida he sido fuerte y resistente a las gripes,
pero, no sé qué pasó esta vez: caí en cama con una fiebre muy alta, tos excesiva y dolor de pecho.
Aún así, intenté, a escondidas de mi esposa, escabullirme a encender un cigarrillito. Me pilló y
respectivo sermón recibí.

Esa misma tarde, mi hija, que para entonces tenía cinco años de edad, entró a la habitación, se
recostó en mi pecho e inició a llorar, diciendo “Papito, te enfermaste y te vas a morir, como mi
abuelo. Me prometiste que siempre estaríamos juntos. Me mentiste. Ahora estaré sola, sin ti.”
Sentí un estruendo y el tiempo se congeló en ese momento. Me puse de pié, tomé a mi hija de la
mano. Busqué la cajetilla de cigarrillos, la apreté hasta deformarla y romper todo, luego la tiré.
Tenía la absoluta certeza de ser un hombre nuevo. 

Mirando a mi hija, le prometí que nunca más fumaría, porque quería estar con ella para siempre. El amor volvió a ganar y demostró ser más fuerte que el vicio. Ya son más de cuatro años sin probar cigarrillos. Valga resaltar que, me encanta el café y tomo una copa de vez en cuando; aún así, ya no necesito más tabaco.

El amor por mi hija fue mi punto de apoyo. Encuentra el tuyo y vence. Sentirás que se levantará
una sentencia de muerte que aún pesa sobre ti. Sí se puede!

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