REPORTAJE: EL MANTECO





LA NOSTALGIA DE EL MANTECO AÚN VIVE
EN MUCHOS BARQUISIMETANOS

Juan Carlos Contento García

Imagen de venciclopedia.com

La Barquisimeto del siglo XX, sufrió ciertas transformaciones en su urbanismo, una de las más importantes fue la del Mercado Mayorista de Barquisimeto, al oeste de la ciudad, el cual le dió un vuelco modernista al comercio de alimentos. Pero los que conocieron lo que fue El Manteco, aún guardan por él, un recuerdo de los antiguos mercados, al mejor estilo tradicional.

Qué placentero es sentarse a la mesa, en el sagrado momento de la comida. Ese ritual que para la mayoría ha perdido la esencia de su significado, le permite a toda la familia socializar, compartir, planificar y hasta soñar, mientras le damos a nuestro cuerpo la base orgánica, necesaria para su existencia, a través del alimento.

Cada comestible, parece entonces, convertirse en un testigo mudo que quisiera hablarnos, mediante su colorido, su textura y su sabor, para contarnos su procedencia, su nacimiento, su cultivo y de todo lo que tuvo que ver y pasar para llegar hasta nuestra mesa; para él, su honorable destino.

¿Cuánto sabemos de los productos que nos alimentan?.
En la actualidad hay muchos establecimientos a donde podemos acudir, con el fin de comprar los alimentos que a diario necesitamos. Desde ambulantes ventorrillos hasta sofisticados, elegantes y bien situados hipermercados, inmersos en un mundo de tecnología y confort, donde la comida se encuentra clasificada y apilada de tal manera, que parece un monumento.

Los carritos para transportar lo que seleccionamos de los anaqueles también están disponibles por decenas. Algunos de ellos ya tienen incorporada una calculadora, para que el comprador tenga una idea matemática de su compra. Los sistemas láser de detección de precios y los códigos de barras, permiten registrar cada artículo con un solo bip. Las poleas transportan los artículos hasta las manos de la cajera y siempre hay una persona, por lo general un joven o niño, que se encarga de guardar, en rotuladas bolsas, toda nuestra compra. Se puede pagar en efectivo, cheque, tarjeta de crédito o débito o con famosos y codiciados cupones, que las empresas dan a sus trabajadores.

No siempre fue así. Nuestros padres y abuelos experimentaron otras formas de comprar, otros tipos de mercado, aunque al final, los productos, en su gran mayoría siguen siendo los mismos. En nuestra amada ciudad de los crepúsculos, las cosas no han sido tan fáciles. Barquisimeto tiene su propia historia y eso incluye a sus mercados, de los cuales, algunos de ellos aún sobreviven, con su inevitable deterioro, pero conservando en su interior ese olor característico y la madeja de sonidos, que van desde música y gritos hasta regateos, pasando por algún reclamo.

Es posible observar a una anciana, que por el hecho de llamar a todos por su nombre, dentro del mercado, hace pensar que sigue siendo fiel a su lugar de compras. Que ese viejo mercado es parte de su vida y que se niega a comprar en otro sitio, porque allí están sus recuerdos y tal vez, hasta sus amores, perdidos en la vida, pero aún presentes en los pasillos de su memoria, en donde se imponen y mantienen aquellos laberintos, siempre nuevos, por donde caminaban los mozos, derrochando casimir.

Nuestros mercados tradicionales, algunos todavía existentes y otros ya extintos, como el tan recordado Manteco, fueron el resultado de la necesidad de mejorar el sistema de abastecimiento de alimentos, para los pobladores de Barquisimeto. Aunque estemos hablando de una época contemporánea, los trazos de los mercados se habían gestado desde los tiempos de la Colonia.

El 13 de Julio de 1573, Felipe II daba su aprobación a un conjunto de normas y ordenanzas, conocidas como Leyes de las Indias, que indicaban, entre otras cosas, cómo debería construirse la ciudad colonial en la América española. Con el transcurrir del tiempo, la morfología de la cuidad hispanoamericana que inició en la época de la Colonia, se ha repetido, y vemos cómo ciudades modernas incluyen las plazas, los mercados o los edificios gubernamentales, con las mismas ubicaciones.

Los mercados coloniales
En una de sus obras, Álvaro de Medinaceli, da a conocer algunos artículos, pertenecientes a las leyes de los Reinos de las Indias, en donde se describía el cómo se debían edificar las ciudades del nuevo reino, partiendo desde la Plaza Mayor. Estas leyes fueron escritas originalmente en castellano antiguo y posteriormente se hizo una adaptación al español actual, para facilitar su comprensión.

El capítulo 112 de la Leyes de los reinos de las Indias dice...”La Plaza Mayor de donde se ha de comenzar la población siendo en costa de mar se debe hacer al desembarcadero del puerto y siendo en lugar mediterráneo en medio de la población la plaza sea en cuadro prolongada que por lo menos tenga de largo una vez y media de su ancho porque de esta manera es mejor para las fiestas de a caballo y cualquier otras que se hayan de hacer”.

Más adelante, en el capítulo 126 se indica:..” En la plaza no se den solares para particulares dense para fábrica de la Iglesia y casa reales y propios de la ciudad y edifíquense tiendas y casas para tratantes y sea lo primero que se edifique para lo cual contribuyan todos los pobladores y se imponga algún moderado derecho sobre las mercaderías para que se edifiquen”.
Los portales de la plaza mayor y sus cuatro calles principales asumían una importante labor comercial, ya que en sus inicios y generalmente en día domingo, era el punto obligado de encuentro entre productores y consumidores, a fin de realizar el mercado.

Primeros mercados de la ciudad


Imagen cortesía de Diario El Impulso
Luego de su fundación en 1552, la ciudad de Nueva Segovia de Barquisimeto, experimentó varias mudanzas, lo que repercutió en el asentamiento definitivo de la población. El diseño original de la ciudad fue un modelo cuadricular. Se hizo la demarcación de la Plaza Mayor y a su alrededor se dispusieron terrenos para la Iglesia, el cabildo, la cárcel, las ermitas, autoridades coloniales y casa de los vecinos principales.

Nieves Avellán de Tamayo describe en su obra, que la plaza mayor era el centro cívico, donde se realizaban todos los acatos públicos de los vecinos, entre ellos el mercado. Sin embargo, la Plaza Mayor no resultaba muy atractiva como centro de abastecimiento para la ciudad. Los pobladores preferían comprar en las pulperías, donde se expendía al detal, algunos productos como carne de res o de chivo, manteca, queso, huevos, guarapos y granjería.

El obispo Martí y Juan de Salas hablaban de la pobreza de la población y de que ésta no debería pagar licencia por sus ventas. De esta forma, la primera estructura del mercado de Barquisimeto fue la misma por varios años: un mercado central en la plaza mayor, complementado por pesas o carnicerías, pulperías y algunos comerciantes (pocos) que vendían productos traídos de ultramar.

En 1812 la ciudad de Barquisimeto sufre un devastador terremoto, que sepultó gran parte de sus edificaciones y pobladores. A esta situación se suma el acoso realista, que obliga a una gran parte de sus habitantes a trasladarse a Paya, Cabudare y San Carlos.

Rodríguez Marrufo, describe que ” La ciudad registra lastimosa miseria y horrible desolación. Se agotaron los recursos alimenticios ”. Gumersindo Jiménez, en el plano histórico de la ciudad, refiere la existencia de un mercado, en 1826, a manera de galería y que estaba ubicado en el sureste de la Plaza Bolívar, hoy Plaza Lara.

En 1839, el doctor Juan de Dios Ponte, siendo gobernador de la provincia de Barquisimeto, dedicó su atención a la reconstrucción de la destruida ciudad, contándose entre sus obras el edificio de Los portales, que sirvió de mercado por varios años, en reemplazo de las galerías, el cual estaba ubicado en la intersección de las calles Ayacucho y Concepción, hoy carrera 18 con calle 25.

En otra referencia de Rodríguez Marrufo, se encuentra la descripción de la construcción del mercado de los Cien Arcos, por orden del presidente del estado, General Jacinto Fabricio Lara, en 1881, quien quería tenerlo listo para la celebración de los cien años del natalicio del libertador Simón Bolívar. Los planos y la ejecución de la obra fue encomendada a Evaristo Buroz y el alarife Roseliano Guzmán. Por insuficiencia de recursos esta edificación no fue terminada en la administración del General Lara. No es sino hasta 1886 cuando se inaugura este mercado.

Los problemas de los Cien Arcos
A pesar de que el mercado de los Cien Arcos era considerado una obra de arte, por las autoridades del estado y de vital importancia para los pobladores de Barquisimeto, en la práctica se evidenciaba que tanto los comerciantes como los consumidores tenían una opinión diferente. Eran pocos los expendedores que concurrían al mercado y en varias oportunidades eran obligados a llevar allí sus productos.

Se quejaban de la inseguridad y falta de salubridad, además de que cada vez asistían menos compradores. Los consumidores, por su parte, alegaban que los productos que allí se expendían eran de baja calidad y altos precios.

El periódico El Teléfono, en 1890, denunciaba que la carne que se expendía en el mercado ”Era mala, increíblemente mala, flaca, de mal gusto, de mal color y subido precio”. Otro factor poco atractivo eran las distancias que debían recorrer algunos, para llegar al mercado, como era el caso de los vecinos de La Estación, La Cochera o La Cruz Blanca. Preferían comprar en las bodegas, que según referencia de Gormsen, sumaban 87, para 1879, en una ciudad de un poco más de 7.000 habitantes.

Ante la inactividad, el mercado de los Cien Arcos fue abandonado por los comerciantes, en 1937. Se usó durante algún tiempo como teatro improvisado, hospital, cuartel y salón de bailes populares, antes de su demolición, para la construcción del Edificio nacional.

NACIMIENTO DEL EL MANTECO


Ante la desaparición del mercado de los Cien Arcos y la creciente necesidad de abastecimiento de alimentos para la ciudad de Barquisimeto, el General José Rafael Gabaldón, encargó al doctor Omar Soteldo y al arquitecto González Méndez, para la construcción de cuatro mercados, en 1936. Este fue el inicio del concepto de mercados; una demanda que no podía esperar, pues para entonces, la ciudad contaba con más de 36.000 habitantes.

Se construyó el mercado de el Manteco, en la calle Bruzual con las Tres Torres, actualmente carrera 22 con calle 31. Según lo planificado, tenía un radio de acción de cuatro a cinco cuadras y se empezó a aplicar la modalidad de mercado libre, donde entraban en contacto directo productores y consumidores, eliminando intermediarios y abaratando los precios.
Aparecieron en torno al mercado, construcciones llamadas rancherías, como suerte de posadas, donde se alojaban viajeros y vendedores, junto a su arreo de mulas, al igual que llegaban carretas cargadas de gente. Ante la congestión de alojamiento y para estimular esta actividad comercial, el ministerio de Agricultura y Cría (MAC) repartía a los productores diversos implementos agrícolas y semillas. Unido a este beneficio, también se crearon casas del campesino, para facilitar la estadía de quienes venían del campo a la ciudad, para vender sus productos en el mercado. De todo esto dan fe, las memorias del MAC, de los años 1942 y 1943.


Origen de su nombre
En una crónica de Álvaro de Medinaceli , podemos llegar hasta el origen del nombre de este mercado. Manuel Pérez Morales, quien para la época gozaba de personalidad en el régimen político local, obtuvo con facilidad una licencia, para el remate del juego, cuando en Barquisimeto se jugaba libremente. Fundó además dos establecimientos para envite y azar, al que acudían distinguidas personas de la sociedad de la época.

Los comerciantes que acudían a vender y comprar a lo que hoy es El Manteco, comentaban que en el Estado Bolívar, había un poblado con el mismo nombre (El Manteco), donde “corría la plata por montones”. De esta leyenda nació su origen.

Pérez Morales, tentado por la oportunidad, envió a dos de sus cocheros a esa distante población, con suficiente dinero y recomendaciones, para que se estableciesen. Los emisarios regresaron algunos meses después, portando un número importante de relucientes monedas de oro. Inspirado por la buena suerte, Manuel Pérez, decide abrir otro centro de juego y entretenimiento, en las afueras, para lo cual alquila un inmueble en la convergencia de las calles Bruzual y Las Tres Torres ( Carrera 22 con calle 31) y lo bautiza con el mismo nombre del pueblo oriental, que le generó buenas ganancias: El Manteco.

Luego del fallecimiento del benemérito Juan Vicente Gómez, este local fue cerrado para siempre y posteriormente demolido. Allí mismo se construyó el mercado detallista, conservando el nombre, que ya era muy familiar para los habitantes de Barquisimeto: El Manteco.

Otra versión popular
Oscar Dorante, vecino de esta ciudad y que vivió los días del El Manteco, asegura que en varias oportunidades escuchó una historia, de un hombre que vivió en ese sitio, quien se dedicaba a la cría, beneficio y venta de carne de cerdo. Comenta Dorante que ”Exhibía la pulpa de cochino colgada en tiras, mondongo, tocino, morcillas y latas de manteca. Nunca supe el nombre de ese vendedor, todos lo conocían como El Manteco, ese término lo usó la gente, no solamente para referirse al matarife, sino al sitio donde este vivía y comerciaba. Ese fue el lugar donde se levantó el mercado”.

Cuentos de camionero
Un apacible y anciano hombre, generoso a la hora de conversar, también guarda en su memoria historias sin par, sobre el mercado de El Manteco. Víctor Simancas, oriundo del Estado Trujillo, perteneció al batallón presidencial, en la época del General Marcos Pérez Jiménez, y luego de cumplir con su servicio militar, recorrió en camión la geografía nacional, por algo más de 40 años.

En lo que respecta a Barquisimeto y su mercado de El Manteco, cuenta Víctor, que era algo muy complejo. “Los nuevos camioneros pasaban algo de trabajo, al principio. Era una zona con mucho movimiento, desde tempranas horas de la madrugada. Había que ponerse las pilas, bien puestas y no descuidarse ni un momento, porque no faltaba un pícaro, que te mandaba alguien por delante, para entretenerte, mientras quería bajarte un saco o un guacal. Siempre vendía mi carga en buen tiempo. Casi nunca me abollaba. Yo traía aguacate, lechosa, naranja, patilla y algunas veces yuca. Con el tiempo ya uno conocía a los otros camioneros y también a la gente de los negocios. Había una señora que nos vendía la comida y nos prestaba el baño para cambiarnos y por supuesto, también teníamos un sitio de reunión, para echarnos algún traguito, luego de vender la carga”.

Agrega Simancas que en el mercado de El Manteco existía como una fraternidad, que funcionaba para todos y que la cuidaban mucho, para ayudarse entre unos con otros, tales como los camioneros, bodegueros, compradores, carrucheros. Finaliza afirmando ” ¡Qué tiempos los del Manteco! ”, con una sonrisa, que hacía presumir un débito en la historia.

Vida y muerte (Imagen de 1.bp.blogspot.com )
Para la década de los 70 y hasta la fecha de su desaparición, El Manteco era un complejo mundo comercial, que ocupaba 26 hectáreas en total : desde la calle 30 a la 34 y la carrera 22 con la avenida Venezuela. Por estar ubicado en área residencial del sector central de la ciudad, tenía sus ventajas para quienes habían escogido vivir en sus cercanías, puesto que solo debían caminar un poco, para encontrar todo lo que se necesitaba, en cuanto a alimentos se refiere.

Sin embargo, las personas que allí residían y las edificaciones, estaban ligadas, de una u otra forma a la actividad del mercado. Las casas eran rentadas por sus propietarios a los comerciantes del lugar, para suplir la falta de depósitos. En ellas apilaban hasta el techo, los diferentes productos. No se preocupaban mucho por las cosas ornamentales, pues lo que se buscaba era funcionalidad; además, aseguraban los comerciantes, que los dueños no reconocían mejoras.

Sus calles eran una completa algarabía, que desde las tres de la mañana permitía ver un ejército de caleteros, que en zigzag esquivaban peatones, camiones, bicicletas, puestos de comida y todo lo que se encontraban a su paso, para entregar a tiempo su carga, según petición del contratante.

Estos caleteros eran los informantes del mercado. Se encargaban de pregonar a los camioneros entrantes, cuántos camiones se habían quedado la noche anterior, qué artículos traían, cuántos compradores de oriente y del Zulia habían llegado, incluyendo los precios oscilantes. Ellos eran el mejor medio informativo del lugar.

Otra forma de comercio que allí se estableció fue la compuesta por los pequeños detallistas, que armaban improvisados tarantines con techos de zinc y que según los vecinos nunca descansaban, excepto el primero de enero, primero de mayo y el día de la Divina Pastora.

La actividad comercial crecía y a comienzos de los años 80, amenazaba con extenderse, para ocupar más territorio, pues cada vez llegaban más y más camiones, al tiempo que los comerciantes del lugar veían en cada espacio, por pequeño que fuese, una oportunidad para ampliar su sitio de trabajo.

Comenzaron a notarse cada vez más los problemas que se generaban, asociados a las grandes concentraciones humanas, que traían como consecuencia la contaminación, la acumulación de basura, la delincuencia, la interrupción del libre tránsito, la alteración de la paz ciudadana, el contrabando y comercio de artículos ilícitos, la prostitución, entre otras.
Las autoridades municipales realizaron repetidos esfuerzos por mantener limpio el sector del mercado, lo que fue prácticamente imposible, ya que a diario se generaba más basura de la que se podía limpiar, unida al mal olor de los productos desechados y que se descomponían en plena vía pública.

Era difícil a su vez, mantener a raya a la legión de ladrones, de todas las edades, categorías y objetivos. No resultaba nada raro el ver repetidamente durante el día, las carreras de persecución entre rateros y robados, que terminaban, la mayoría de las veces, en la indignación de unos y la complacencia de otros.

Un 03 de octubre de 1.983, el mercado de El Manteco es trasladado a sus nuevas instalaciones, en el sector oeste de la ciudad, cambiando su nombre a Mercado Mayorista de Barquisimeto o MERCABAR, por gestión del Concejo Municipal de Barquisimeto, el cual se alza como un joven coloso del comercio y prometió aniquilar por completo la estampa carcomida de su antecesor.

Han pasado más de dos décadas desde entonces y la función del nuevo mercado se ha cumplido al pié de la letra. Es extenso y bien organizado. Una idea bien llevada a la práctica. Del viejo Manteco, quedan algunos vestigios, representados por algunas casas antiguas, casi inalteradas desde entonces y que expenden diversos artículos, que rara vez tienen que ver con alimentos, o en su defecto, han proliferado ventas de juguetes, electrodomésticos, quincallería, entre otros, a excepción de la calle 31 entre carreras 21 y 22, donde funciona semanalmente un mercado chino de verduras.

Al pasar frente a él, puede parecer que la imaginación nos lleva hasta el lejano oriente, para hacernos creer que los extranjeros somos nosotros. Puede ser que la creatividad nos juegue una treta, para hacernos pensar, que el viejo fantasma del mercado de El Manteco ha tomado posesión del alma de aquellos inmigrantes.

Comentarios

  1. Saludos cordiales Juan Carlos, excelentes tus crónicas, la del Manteco me sirvió como fuente para una nota que estoy escribiendo para mí blog que se llama La mentira no es noticia, en la siguiente dirección Web: lamentiranoesnoticia.wordpress.com, donde expreso mis opiniones, escribo artículos, crónicas y reportajes y alguno que otro relato.

    Como sabes, no todos los profesionales de la Comunicación podemos trabajar en medios tradicionales, sean cuales fueren las razones; lo cierto es que, quienes no lo hacemos y amamos el periodismo, lo hacemos por otros medios alternativos a los medios tradicionales. Tal como lo hacemos tú y yo. Lamentablemente se desconoce el trabajo de algunos periodistas que utilizamos la Internet como un espacio virtual que nos permite expresarnos a quienes no laboramos en los medios habituales.

    Te hago por lo tanto una propuesta, ya que me parece importante que se reconozca el trabajo de los ciberperiodistas, que se tome en cuenta esta labor periodística en nuestra entidad, a través de la cual hacemos vida activa algunos Comunicadores Sociales, produciendo y difundiendo contenidos periodísticos a través de Internet.

    Mi proposición es en relación a la cercanía del día del periodista y por ende a la entrega de los premios regionales y municipales de periodismo, a la creación de un premio o por lo menos una mención honorífica a quienes ejercen el ciberperiodismo en el estado Lara, bien sea a través de páginas Web propias o Blogs.

    Parte de esta comunicación se la hice llegar al CNP Lara, específicamente al Licenciado Nolberto Herrera, Secretario Regional del CNP, por lo que te animo como ciberperiodista a hacerlo también querido amigo y colega.


    José Antonio Guzmán

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  2. Muy realista tu descripción del Manteco. Yo nací y me crié allí en la carrera 23 entre 31 y 32, en una casa donde mi abuela tenia una quincalla. La podredumbre era algo a lo que uno terminaba por acostumnbrarse, especialmente cuando llovía que se ponia peor. Recuerdo que cuando caminaba por esas calles los olores a cueros de chivos, hierbas, velas, queso; los pilones de maiz encendidos, las tostadoras de café. La cantidad de gente que uno se conseguíe en la calle, canarios, portugueses, llaneros, caraqueños, andinos, de todo. Recuerdo mucho a un señor mayor que vendía perfumes en una maleta, un francés muy bien vestido en flux y perfumado con un acento muy pronunciado, pelo engominado; el hombre como que no pegaba mucho en el Manteco pero la gente le brincaba a lo que vendía.

    Saludos desde Madrid, España.

    Marcos Sánchez Urquiola

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  3. Muy buen trabajo, muchas gracias por traernos toda esa información, perfecto que pudieras colocar para poder compartirlo en facebook y darle más divulgación.

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  4. Juan Carlos, me parece excelente tu trabajo, sin embargo, considero que deberías contactar a los principales comerciantes de dicho mercado, y uno de los más conocidos era Benjamin Gómez Bonnier, su esposa Abdona Bonnier de Gómez, primos y que amasaron una pequeña fortuna en el comercio de éste mercado. La familia Bonnier, se desarrolla en la venta mayorista y al detalle en el mercado principal pero sus inicios están en la produccción de café en las haciendas cercanas a Bobare, Los Cámagos, específicamente una de las Haciendas de Juan Dionisio Bonnier, se llamaba Agua Viva y por ella pasaba un río. Es una gran pieza de la historia local de Barquisimeto, sobre todo por que la familia Bonnier, llego a Venezuela por la Vela de Coro, llegó a Lara y allí se quedó, hasta casi desaparecer, por tener poca descendencia masculina, de 9 hermanos eran 8 hembras y 1 varón. Aún permanece en el Manteco el Edif. Gómez Bonnier. el otro queda frente a la CANTV de la Av. 20 creo que con 24 y 25

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