La virgen que vivió en el infierno

Muchas veces, acostumbramos a decir “quiero echar pa’ lante”, “quiero llegarbien lejos” o en algún caso, con afán de mostrar a alguien, bien sea en nombre del amor o la simple vanidad, nuestras intenciones de prosperar. Ésto, por lo general, lo asociamos con todo lo bueno, pues progresar no es malo para ningún ser humano; sin embargo, hay verdades amargas que distan de los blancos y puros pensamientos, pero existen. Verdad, como la que recuerda Claudia, cuando en las noches se despierta sudando y asustada, al pensar que todavía se encuentra viviendo su horrible pesadilla.

Aquella mañana de septiembre – lo recuerda muy bien - su madre le dio un beso, para despertarla; cosa que no era frecuente, pues Claudia era madrugadora y más cuando tenía clases de contabilidad. Se incorpora y va a la mesa a tomar el sencillo pero suculento desayuno, que con amor bendito, su mamá a diario le prepara. La mañana lucía especial, llena de ese no se qué, percibido por todos en algún momento. Era como un presentimiento de haber conseguido lo que tanto anhelaba: su viaje al extranjero, en busca de fortuna, para ella y su mamá.

En cuanto salió de sus clases, cerca del medio día, se dirigió casi corriendo hasta su casa, en aquel modesto barrio, al sur de la ciudad. Sus sospechas fueron confirmadas, pues su madre le esperaba ansiosa, parada justo en la puerta, con cara de buenas noticias, tratando de ocultar la sonrisa que le producía el saber que su niña tenía ahora la oportunidad de conquistar el mundo. Claudia apresuró el paso hasta correr, porque ya era evidente que su madre tenía algo muy bueno que decirle. Luego de un fuerte abrazo, ya en la sala, le entregó un sobre amarillo, que había traído el cartero; al abrirlo, encontró unos dólares, un pasaporte y un boleto aéreo, con destino a Inglaterra.

Ya en el aeropuerto, Claudia besa a su madre, como nunca lo había hecho y aborda su avión. Pasadas las horas necesarias, se encontró montada en un taxi, junto a un mister, que hablaba español, y decía llamarse Tom, pero nada tenía que ver, ni por generosa o remota posibilidad, con el famoso gato de comiquita. Él la fue a buscar al aeropuerto, para llevarla a conocer su nuevo empleo... el camino hacia la gloria. La hospeda en un hotel, diciéndole que le entregue el pasaporte, para registrarla y enseñarlo en la empresa y que luego regresaría a buscarla, para su primer día de trabajo, como oficinista asistente.

Aquella noche no pudo dormir. La emoción la embargaba. Del otro lado de la historia, se encontraban unos hombres de traje y corbata, mirando el pasaporte de Claudia, fumando habanos y sonriendo, como quien tiene la certeza de que va a ganar en la lotería. Claudia, hermosa joven, de blanca estampa , negra cabellera y ojos aguamiel, no hacía más que pensar en todo lo bueno, nuevo y emocionante que habría de vivir. Se sentía la mujer más afortunada del mundo, cuando recordaba a sus compañeras del colegio y del curso de contabilidad, ya que ellas no habían tenido su misma suerte. También imaginaba su primer pago. Había decidido que mandaría una buena cantidad a su mamá, todos los meses, para que viviera cómodamente; al fin y al cabo, iba a ganar muy bien... eso le habían prometido.

Al día siguiente, quiso salir a dar un paseo, pero además de encontrar la puerta cerrada, recordó que no tenía pasaporte ni sabía hablar Inglés. Se quedó tranquila, solo abrió la ventana y se dedicó a mira las calles, que estaban bajo sus pies. En la noche, sintió que abrían la puerta. Vio al mister del día anterior, pero ya no tan amable. Caminó a esta ella y le arrojó en la cama un vestido de lentejuelas. Le ordenó que se lo pusiera, porque tenían una recepción de bienvenida. Ella un poco confundida, entró al baño, se cambió y maquilló, mientras su misterioso anfitrión continuaba esperándola, deseando tener visión de rayos X... no lo podía ocultar.

La tomó por el brazo, abordaron un auto y rodaron una docena de cuadras, hasta llegar a un establecimiento, en un descuidado edificio. Le ordenó que se bajara y ella lo hizo. Una puerta, sin ningún tipo de aviso, daba acceso a un estrecho pasillo, por el que caminaron... él sonriendo y ella tratando de explicarse a sí misma porqué estaban allí. El hombre abrió la puerta al final del pasillo y dio un empujón a Claudia. Ella quedó petrificada cuando observó a su alrededor... música, risas, humo y una media luz, que hacía parecer a ese lugar a la antesala del infierno. Sintió que moría, mientras el mister le decía “bienvenida a tu primera noche de trabajo”.

Luego de estas palabras, la tomó del brazo y la sentó bruscamente junto a un hombre, algo anciano, que estaba en la tarea de terminar una botella de fino licor. Quiso huir pero fue retenida y abofeteada inmisericordemente. De nuevo, junto al Italiano y exhibiendo sendos hilos de sangre en su boca, que aderezaban su triste faz, no le quedó más remedio que llorar y escuchar aquel hombre pronunciando palabras que ella no entendía, al tiempo que arremetía con las más degradantes caricias, en toda la extensión de su indefensa humanidad femenina.
También fue obligada a tomar licor, hábito que nunca tuvo. Al menos, el alcohol ayudó a mitigar su dolor, asombro y decepción, hasta que perdió la conciencia. Al despertar, se encontró en un cuartucho de hotel, con un terrible dolor de cabeza, sola, encerrada y sin la virtud más preciada, que concentra el honor de una mujer...le habían arrebatado su virginidad...¡Vaya forma de perderla! Ese fue el triste debut de Claudia , lejos de casa y con un manojo de sueños que habían quedado más que sepultados, por aquellos mercaderes sin gracia.

Cuesta creer que existan verdaderas corporaciones internacionales, dedicadas a alegrarle la vida a muchos hombres, a cambio de la desgracia de un puñado de mujeres, que cada día es mayor, en un mundo tan tecnificado e interconectado, en el cual, se han escuchado nombres de distinguidos hombres de negocios y respetables políticos, como el de un notable senador, de un país suramericano, que refiriéndose al tema, en una reunión privada, afirmó ¿Ustedes creen que la única carne industrial es la de las hamburguesas? Ante una posición como esta solo se puede preguntar...¿Qué pasa con INTERPOL? porque en el aeropuerto estas desafortunadas, pasan, maleta en mano, frente a la mirada de la policía y de lejos se les nota, que no son viajeras frecuentes y mucho menos, de vuelos internacionales. Por otra parte..¿Quién saca los pasaportes?

Tres años duró el macabro cuento para la cenicienta del sexo, alentada por la esperanza básica del ser humano y vestida de una resignación, que a veces era traslúcida. Muchas cartas escribió a su madre, acompañadas de dinero. En ellas, hablaba de lo bien que le iba como oficinista y hasta un ascenso fue mencionado en una misiva. En todas decía, que iría de visita en cuanto fuese posible, porque tenía mucho trabajo – lo que era bien cierto -. Un buen día, en una de sus malas noches, conoció en el lugar de tortura a una ecuatoriana, que hablaba un poco de inglés, porque su padre era gringo y algo le enseñó, antes de abandonar a su madre, en Guayaquil. Ella le dijo a Claudia que tenía un romance con un cliente, quien era su enamorado, mismo que le había jurado que la ayudaría a salir de allí.

Claudia estalló en llanto, que trató de disfrazar, a lo cual, su nueva amiga le ayudaba. Luego de dos semanas, la puerta de su cuarto – por no decir prisión – cayó abatida por un golpe. Era la policía que había allanado aquel sitio, por una denuncia sobre trata de blancas. A través de la embajada de su país, Claudia logró ser repatriada. Hoy vive con su madre, tratando de ocultar cualquier huella de su nefasto infierno. Se decidió a contar su historia, con nombre falso, para conmemorar su primer año de libertad y alertar a esas indefensas muchachas - todavía se consiguen - que se dejan cautivar por tan suculentos ofrecimientos de rápido progreso en el extranjero... ¿Qué vale más?.

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