Al árbol debemos

Juan Carlos Contento García.

Con estas palabras comienza una canción, tal vez una de las primeras que aprendemos en nuestros menudos años escolares y que se refiere directamente al amor, cuidado y veneración que debemos profesar a ese silente pero vigoroso y colorido cohabitante de nuestra madre tierra: el árbol.
En épocas pasadas, haciendo memoria sobre el tiempo de los padres de quienes nos dieron la vida, y más allá, los árboles representaron una forma de vida imprescindible para la subsistencia del ser humano. El recurso madera estaba presente en muchos de sus quehaceres y era materia prima para solventar muchas de sus necesidades, desde construir una casa, hasta alimentar la hornilla de una estufa para preparar los alimentos, pasando por el uso de sus cortezas y hojas en la elaboración de infusiones que devolvían la vida, como en el caso del eucalipto.

Se usaron los árboles como hitos vivientes, para demarcar territorios y linderos; para reemplazar postes y estantillos en la elaboración de cercas, a diestra y siniestra de los caminos, embelleciendo el andar de lugareños y extranjeros, para hacerle ganar a la tierra una belleza poco común.

En aquella época, talar un árbol, con nobles fines, era una labor que constituía un verdadero ritual. No existían las sierras mecánicas o motosierras; se usaban serruchos gigantes llamados tableros o troceros, cuyos operarios eran hombres experimentados y vigorosos, que guardaban profundo respeto por su oficio. Se han conocido historias, como la que contó Pablo Gámez, un bracero colombiano, que fue obrero en una finca de mi padre, al referir que su abuelo trabajaba en el aserrío de las montañas del Norte de Santander, en Colombia y que antes de tumbar un árbol, hablaba con él, para pedirle permiso, diciéndole que necesitaba su madera.

Hoy, ante la avanzada depredadora del urbanismo, vemos que las autoridades se han preocupado en fundar leyes y disposiciones que protegen y regulan la explotación de árboles y el manejo de sus especies en general, dentro y fuera de las ciudades. Con lástima e impotencia, vemos cómo gran parte de esta cultura forestal, de este respeto por el medio ambiente, se ha perdido en el conveniente olvido del ser humano.

Qué poco comedida se ha vuelto la conciencia de algunos individuos que desconocen dichas leyes, o en el peor de los casos, fingen desconocerlas; amnesia que es provocada por otras motivaciones, que se volvieron enfermedades, ya que la fortuna y la comodidad solo hacen daño a los que las añoran.

En nuestra hermosa cuidad de los crepúsculos ejemplos hay por doquier, del bien y el mal, de árboles vivos y de otros que hoy solo son materia orgánica. Uno de los casos, donde la mano del hombre actuó de manera inmisericorde, sobre su medio ambiente, y que vale la pena destacar, es el de la fundación del barrio San Valentín, al este de Barquisimeto. Fui testigo presencial y otro afectado más, por el urbanismo improvisado y déspota, de conciudadanos que, en miras de satisfacer su necesidad de vivienda, no les importó lo que pensaban los que ya vivían en aquellos predios, de manera ordenada y en total cumplimiento de sus obligaciones para con el municipio.

Era entonces dueño, por primera vez, de una casa. Comprada con grandes esfuerzos. Modesta pero bonita, y lo que más influyó para su compra fue la hermosa vista que se obtenía ingresando al patio trasero de la misma: un hermoso bosque, que llenaba de frescura todo el sector.

Todo esto cambió en un santiamén. En la madrugada del catorce de febrero de 1.994 fui despertado, junto a mis vecinos, por el rugir de los motores de poderosos tractores, que fueron contratados por los invasores, con la intención de talar una gran extensión de tierra (más de 10 hectáreas) , para entonces propiedad del Ministerio de Agricultura y Cría, y en efecto... lo hicieron.

Las máquinas empezaron a dar cuenta de cuanto árbol tenían en su camino. En la tarde del mismo día, era ya evidente el desastre ecológico que allí se había hecho, sin mencionar que ya no era para nada llamativo pararse en el patio trasero de la casa. Tal era el escenario, que un amigo me visitó en días posteriores y al mirar aquel terreno, solo dijo: “ parece que tiraron una bomba”.

Inmediatamente se empezaron a sentir los impactos sociales y ambientales. Comenzaron a aparecer serpientes en el patio de la casa, producto de las quemas de los despojos vegetales. Era insoportable el calor que se sentía al no haber ya sombra, y hasta hubo que reforzar las cercas, pues se iniciaron los problemas con los advenedizos nuevos vecinos, en las colindantes rancherías; mismos inconvenientes que ocasionaron la posterior venta de la casa.

Este hecho constituyó una violación directa a la ordenanza sobre plantación y protección de árboles en la ciudad de Barquisimeto y demás centros poblados del municipio Iribarren, en su artículo 6°, que cita textualmente: “ La tala, quema, poda indiscriminada, maltrato y desatención de los árboles de la ciudad, son considerados contrarios al interés público y por ende son infracciones administrativas sancionables por esta ordenanza, sin menoscabo de la aplicación de la Ley Penal del Ambiente”.

De igual forma, la mencionada ordenanza, en su artículo 8°, parágrafo primero, literal a, involucra la consulta y el consentimiento vecinal para la tala de árboles: “Cuando resultare irremediable el acto de talar se requiere constancia de consulta vecinal en el sector (avalada por la Asociación de Vecinos o Junta Parroquial) entre vecinos distantes cincuenta (50) metros alrededor del árbol y con la aceptación del procedimiento de al menos setenta por ciento (70%) de los vecinos consultados en el ámbito especificado”.

No hubo sanciones de parte de ningún organismo público hacia aquel grupo (bastante nutrido) de invasores y depredadores del ambiente, además que estos usaron como bandera las ya tan trilladas consignas sociales que todos (hoy con más acento) conocemos.

Estoy seguro de que todos los seres humanos tenemos un principio básico de solidaridad hacia nuestros semejantes, incluyendo el acuerdo de que todos tienen derecho a una vivienda, pero diría yo, ahora: quien no cumpla sus deberes que no exija sus derechos. Progreso y respecto van paralelamente, en la misma dirección; esto es lo que les asegura una confluencia al final del camino.

El sentido del equilibrio, me obliga a poner el lente en otros sectores de la ciudad, tratando de buscar la contrapartida a estos lamentables hechos. Hay razones para seguir pensando que no todo es tan malo y que todavía hay quienes se preocupan por dar y conservar vida, a través de los árboles. Si hablamos del arboretum urbano, más específicamente de las áreas verdes de las vías públicas, conseguiremos algunos ejemplos de los buenos oficios de las autoridades y vecinos, como es el caso de la avenida Rotaria, sector oeste de la ciudad, en donde se pueden ubicar a lo largo de la misma, distintas especies de árboles, entre ellas: semeruco (Malpighia glabra) y hueso de pescado (albizzia caribaea). Da verdadero gusto transitar por esta avenida.

Otra parte de la ciudad digna de admirar, por su cultivo y cuidado del arboretum es la importante Avenida Venezuela. La actual administración municipal se ha encargado de mantener y mejorar la población de árboles que en ella existen, a través de un esmerado y diario cuidado, que incluye un sofisticado sistema de riego, además del gramado que sirve de pedestal a la larga gama de seres vegetales, que algún día, con su crecimiento, se convertirán en otros colosos de la cuidad y que estoy seguro, celebrarán nuestros hijos.

Para sumar otro ejemplo de esta buena labor, me obligo a mencionar el parque botánico el Cardenalito, justo en la entrada Este de la ciudad. Hace varios años, como muchos barquisimetanos lo recuerdan, el lugar solo era monte y culebras, usando el lenguaje criollo para describirlo, pues el sitio se conocía como parada ilegal de autobuses y lugar de pernocta para camioneros (también ilegal), quienes justo frente al parque estacionaban sus pesados camiones y colgaban sus hamacas, trabándose en conversaciones y tertulias que hasta permitían la ingesta de alcohol.

El sentido común y el amor por la ciudad hicieron lo suyo. Hoy, el Cardenalito es paso obligado para los turistas y también los barquisimetanos, que en su afán por escapar de la selva de concreto y de sus diarias obligaciones, acuden allí para respirar, caminar, o simplemente sentarse en un banquito a disfrutar del verde, que rebosa por todas partes, destacando las especies de Acacia flamboyán (Delonix regia) y Chaguaramo (Roystonea oleraceae).

Hace algunos años se hizo una campaña publicitaria que aún hoy algunos recordamos; el slogan decía “Cuidar es querer” y creo que la podemos combinar con otra, menos popular, pero con igual sentido, que reza: “Obras son amores y no puras razones”.

¿ A quien no le gusta el verde fresco? Negar nuestra necesidad por los árboles es negar que nos gusta la vida. No importa si ya hemos engendrado un hijo o escrito un libro; al árbol debemos...¡Plantar!.

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