Los tiempos del avispón

Ya estaba oscureciendo en la ciudad, mire mi reloj y
y todavía faltaba media hora para salir de la oficina. Parecía demasiado tiempo, sabiendo la oportunidad que tendría al día siguiente, de dormir plácidamente los efectos de una muy merecida y bien lograda noche de farra.

Un compañero de trabajo abre mi puerta, camina hasta mi y me da una palmadita en la espalda, preguntándome ¿Es verdad lo del Avispón o son puras cañas tuyas?, a lo que respondí ¡Claro que sí! Déjame apagar la computadora, que ya me tiene la cara cuadrada y nos vamos. Vi cómo se rió, exhibiendo una mezcla de inquietud y picardía. Yo, por mi parte, me preguntaba si sería bueno o malo volver al Avispón, pero creo que la gana de encontrarme de nuevo en aquel mundo fue más fuerte.

En ese preciso instante, mientras esperaba que el sistema me diera la indicación de que podía apagar mi máquina, crucé mis piernas, me recliné en la silla y dejé que mi memoria justificara su razón de ser. Retrocedí en el tiempo y volví al Avispón; me paré justo en la entrada, enigmática y envolvente, como siempre. Caminé por el pasillo que conduce hasta la entrada, y mientras caminaba, volví a sentir esa extraña sensación, que acompaña al hombre cuando sale a confrontar la parte más pura y sublime de su naturaleza.

Me encontré entonces en el interior del Avispón... “ Buenas noches señor, ¿Qué le apetece?” Preguntó un atento joven que se encontraba detrás de una barra, dispuesto a sofocar la sed del visitante, o infundir valor con sus creativas recetas etílicas. Deme una fría, bien fría, repliqué. Orden esta que fue acatada al pié de la letra. Mientras saboreaba mi cerveza, en contados tragos, miré hacia el interior del local y volví a tener frente a mí aquella película, de ese submundo, cuyo estudio tanto me atraía: hermosas damiselas, danzantes e insinuantes, pregonando con presencia y atuendo lo generosa que la madre naturaleza había sido con ellas.

No pasó mucho tiempo, para que al ritmo de la música de fondo, se acercara una de las emisarias del amor postizo, a pedirme un cigarrillo, el cual encendí en sus labios, con gusto único. Luego vino otra y otra y otra. Creo que ninguna sabía que allí vendían cigarrillos; lo importante del caso es, que obtenía dulces palabras y coqueteos, que aunque falsos, también se disfrutaban. No quería comer, pero ¡Qué sabrosos eran los abrebocas!

Era bien extraño el enigma del Avispón...a veces parecía el cielo, a veces el infierno. Allí se violaban muchas normas morales y leyes, pues era un lugar concebido y autorizado solo para expender licor y disfrutar – sanamente – de la grata compañía de las féminas, además de los imponentes bailes y caracterizaciones de famosas divas del canto, realizadas con tal maestría, que hacían pensar por un momento, que se estaba en un opulento night club de Las Vegas.

Si se quería privacidad, se podía comprar. Bastaba ordenar una botella de champaña, para ir a un cómodo sofá, en completa oscuridad, al margen de la pista de baile. Varias veces, me senté allí, con una amiga, que logré hacer en el Avispón. Loly era su nombre artístico. Pasé inolvidables noches – cómo olvidar esas cuentas – junto a ella, aprendiendo sobre lo que se movía en ese mundo.

¿Ves esas cortinas? Preguntó ella, señalando al fondo del lugar...son los cubículos del amor, si pagas tres botellas, puedes llevar allí a tu chica y se vale de todo. Me sorprendí, porque a pesar de mis devaluados alardes de haber vivido mucho, nunca había visto algo así.

Una noche vi entrar a la policía y pensé que se había acabado la fiesta. No fue así...Loly me contó que solamente entraban a cobrar su acostumbrada paga, para no molestar a los clientes y que el portugués ya tenía todo cuadrado. “Aquí hay de todo, corazón”, prosiguió mi compañera, mientras tomaba de mi cerveza, en acción solidaria, para prolongar la vida de la botella, que por ella había pagado.

Me preguntaba...¿Hasta donde será bueno o malo que la policía cobre un sueldo extra, por no molestar?. El lugar era de muy buena muerte, lo confirmó Loly al referir “ Aquí no entran pendejos” y si hacía falta pruebas, allí estaba la lista de precios, a la mano. A pesar de esto, sentí pánico cuando miré a mi alrededor y solo vi desconocidas siluetas, que me hicieron pensar “Aquí te matan y no te encuentran” . En ese preciso momento, creí entender lo que el enigma del Avispón significaba: una mezcla de seducción y peligro; como poder comprar por un rato o una noche, el papel protagónico de El Padrino o cualquier otra producción de Hollywood...¡Qué interesante!

Por este motivo, sentí que debía preparar cada visita al Avispón, con la misma ceremonia de un sagrado ritual. Escogía un buen traje, mis zapatos relucientes, mi mejor colonia, una buena afeitada y cigarrera de lujo.

El mejor recuerdo que guardo del Avispón, fue el de la noche de un lunes – abría toda la semana - cuando llegué solo había un par de clientes en la barra, que al terminar su cerveza se marcharon. Esa fantástica noche fui el rey de 17 hermosas mujeres, incluyendo a Loly, quien no era celosa. Cantaron para mí, bailaron y hasta me brindaron unas copas. No tuve mas remedio que pedir prestada una guitarra del local y dedicarles unas cuantas canciones, que hablaban de amor, y que solo a medias me sabía, pero sirvieron para que aquellas damas se sentaran por un momento, con diferente semblante, abandonando sus personajes y exhibiendo un corazón maltratado y deseoso del cariño verdadero.

Sentí otra vez la palmadita en la espalda. Era mi compañero, diciendo ¿Te vas a quedar ahí, con esa cara de gallo taciturno, o qué? Salí de mis recuerdos, cerré mi oficina y fuimos hasta mi auto. Conduje por unos minutos y me estacioné frente al lugar , que hacía solo instantes había recorrido con mi pensamiento, pero...¡Oh sorpresa!..., era viernes y el Avispón estaba cerrado.Esta vez para siempre. Qué pena sentí por mi compañero, pues tuvo que cenar sus ansiedades y rogarle a su cuerpo, el no tomar represalias de tipo glandular...¡Qué tiempos y gustos los del Avispón!.

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